lunes, 19 de octubre de 2009

Chiquito, chiquito...

Chiquito, chiquito…


El mundo es tan chiquito, pero tan chiquito que a la vuelta de la esquina te vienes a enterar de esas cosas raras de la vida, tan insólitas que te dejan con los ojos desorbitados o con un what en la boca y terminas diciendo pero ¿cómo es posible? Pero sí, es posible, y requeté posible.

Primero me lo contó el chupetes y no lo creí, le dije: --estás loco pendejo y chinga a tu madre--. Se tuvo que ir corriendo porque casi y le reviento la jeta. Pero se rió de mí y me mandó a la verga. Y yo andaba con la espinita no me dejaba dormir, comer, ¡caray! A veces ni coger, porque si de por sí tardaba en parárseme, luego pasaba la imagen y todo se me caía, llegaron a decirme que necesitaba viagra o M forcé o alguna mamada de esa. Pero cómo iba a tomar yo eso si de a todas a todas me las sabía y con todas podía, me canso ganso.

Pero el caso es que me lo contaron y no lo creí hasta que lo vi. Lo vi con estos ojos que se han de comer los gusanos, la vi con una sonrisa de oreja a oreja. Ruborizada como una colegiala, casi, casi venía saltando como la caperuza. Y el lobo feroz venía hablándole en la oreja. Ella saliendo de un hotel. Quién lo iba a decir ni en mil años lo hubiera imaginado. Me cay, que andaba de rodillas, vendado con una triple faja.

Yo la creía una santa, la imaginaba una santa. Siempre me decía: cómo la voy a dejar, se v a aquedar solita, quién la va a ver, sus hermanos se la tragan… Y hubiera seguido en la penumbra, y en mi mar de lamentos sino los hubiera visto salir de un hotel y la seguí. La seguí hasta la casa, la espié hasta que se bajó del vehículo y casi podía ver como su lengua devoraba la del pobre chofer. Escupí, me dio asco... Ella se metió a la casa, abordé el taxi del que había bajado.

El tipo chiflaba, andaba con una sonrisota. Le pregunté: ¿Por qué tan feliz, mi joven? El muy infeliz contestó: porque me acabo de cenar un caldo de gallina vieja, sabrosísimo, si viera las cosas que sabe hacer esa mujer… y se chupo los dedos… tiene una lengua… y un paladar… y un mmmmmm… que no puedo explicar.

Yo no podía creerlo, mi madre, mi propia madre, cogiendo con un taxista. Mi madre la que juzgo a la de mi hija con una vara mordaz y puritana. La que me ha alejado de cada una de mis novias, porque les encuentra todos los defectos habidos y por haber: que están gordas, que son viejas, que tienen apariencia de travesti. Lo peor, es que rechazó a mi hija. A sangre de su sangre y me alejó de ellas.

Quién iba a decir que la iba a encontrar saliendo de un hotel, de un hotel de quinta, porque ni de segunda era.

Mi madre que quiso un descendiente de la Fernández y mi hija no lo fue, porque la Fernández prefirió su vida fácil, su vida impúdica, sus acuestes con uno con otro. Todos los sabían menos yo. Pero eso sí eran uña y mugre a sabiendas que la Fernández me obligó a sacarle a mi hijo de las entrañas.

Ahora lo entiendo todo, lo de la Fernández, lo de querer enjaretármela, lo del alejarme… Ella, mi madre saliendo de un lugar de mala muerte y acostándose con un taxista. Con un taxista que se relamía los labios cada vez… Y diciendo que m i madre es la puta más puta de las putas…

¡Qué ganas de rajarles la madre a los dos…!



Luisa Albarrán

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